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Locos al Volante


La presión, la presión es mayor de lo que imaginé. Aún más no ha colapsado, y no escucho el sonido seco de huesos partiéndose en dos. Hace un par de días se habían roto los últimos restos de corazón que guardaba. Ahora el dolor esta en mi pierna, moliéndomela con prepotencia. Se que todo me llevaba a este instante. ¿Pero porqué? ¿Qué hago aquí bajo esta mole? ¿Qué hago aquí, a oscuras escuchando mis gritos, suplicándole a un desconocido que retire su lustroso y bien mantenido vehículo de mi pierna? Tras eternos segundos consigo ver lo que queda en el lugar. Al menos la siento. Al menos sigo acá, aunque aún no se cuales serán las consecuencias, ni cuanto tiempo me llevará volver a caminar normalmente. Es de noche, hace frío, no atino a quien llamar. Un grupo de personas se acercan. Los carabineros llegan al lugar y comienza un largo peregrinaje.

Si antes del accidente mantenía cierto recelo para con los automovilistas, ahora alimento una violenta intolerancia ante estos simios. Es tanta la responsabilidad que recae sobre esos volantes, y tanto el descuido que veo día a día en las calles. Pasó menos de una semana para que me tocara presenciar en tercera persona una escena idéntica a la que me había tocado vivir. Esas malditas máquinas están por todos lados, y su presencia es una amenaza permanente que envuelve calles, veredas, segundos de distracción en los que puedes cifrar un antes y un después.

Conductores estresados, torpes, en parte ensimismados, más atentos a lo que deben hacer después de transitar, que de conducir. Hablando por celular, conversando con el copiloto, mirándose en sus espejos, apretando la bocina desesperados, atrasados a un cuanto hay de momentos. Cuanta gente ha estado en mi lugar, y cuantos otros no han tenido la posibilidad de volver a levantarse o volver a respirar.

Santiago por momentos no es más que un agitado baile de vehículos descoordinados, bocinas y adrenalina mal enfocada. Hay un riesgo en las calles que hay que mantener presente y que no se salva simplemente poniéndose una armadura y llenándose de luces. Hay que andar atento, despierto, ante los volantes dormidos y en ocasiones dementes que vas encontrando por el camino. Estos simios por momento no respetan a nadie. Por favor. Cuídense, las consecuencias se viven por mucho tiempo y al final nadie responde.

Santiago Animal está recuperando fuerzas y ánimo para retomar su propósito... Nos vemos en 15 días más.

Las Viejas Culiadas

Señoras que sobreviven en espacios reducidos, húmedos y oscuros, especialmente en edificios vetustos y en decadencia. Son asiduas usuarias del conserje represor, ese que te llama exclusivamente para transmitirte el insufrible malestar de este espécimen. Dios las mantiene vivas por alguna misteriosa razón, quizás como castigo. Sabes que están ahí, silenciosas en la soledad, las veinticuatro horas del día, no salen, escuchándote, pendiente de cualquier movimiento, ruido molesto o conducta desviada. Con el tiempo adquieren tal autoridad que son capaces de introducirse en tus espacios para detener lo que ellas consideran maligno. En asambleas y reuniones varias se desmandibulan reclamando y levantando falso testimonio a vista y paciencia del divino.

Esta gente, con todo el respeto que se merece la longevidad, es de la más despreciable que se puede encontrar en la medula santiaguina. Casi tan nocivo como los lanzas del centro. Te estresan, te generan agarofobia estando en tu propio metro cuadrado, porque terminan estando demasiado presentes, se apoderan de tu super yo. Estas pendiente de no despertarles, ya que poseen una increíble sintonía con la administración de los edificios, quienes te multarán o llamarán a la fuerza pública ante cualquier evento que les importune. Si organizas alguna fiesta o reunión, andas saltón, solicitando bajar los decibeles de las carcajadas, música y vómitos. Ni hablar de tener sexo a lo bestia, son capaces de minitulizarte a citofonazos. No soy de andar deseándole la muerte a la gente, pero en ocasiones lo he pensado con estos seres humanos pre-tumba.

Hay un tema mal entendido de comunidad. El respeto se consensúa en el día a día. Pero parece ser que el reclamo es más poderoso que la tolerancia. Las normas al interior de un edificio son para poner límites, no para reprimir. Y hay gente que abusa de ello, de manera egoísta, quizás para significarse y existir en el reclamo. Vaya a saber uno. Evítelas, escape de ellas, o simplemente ignórelas. Hay suficiente Santiago para todos.

Introducción y Bienvenida:



Manifestar que Santiago es una ciudad única y especial, un Barcelona latinoamericano (como han dicho algunos por ahí), con una variopinta gama de estilos, una rica sinergia cultural, una metrópolis en la que confluyen diversas maneras de pensar, ser y hacer, es una vaguedad inaceptable que es aplicable a cualquier lugar.

Santiago, más que una ciudad, es el más patente síntoma de la hipocresía. Es una manifestación disforme de lo que deseamos ser y lo que en realidad somos, es proyección de lo que luchamos por ocultar y lo que procuramos mostrar. Más que una ciudad enferma, es la negación constante de aquella enfermedad. Su población nace, se instruye y se desarrolla en base a un miedo tóxico, que más tarde se convierte en estructural. Todos corren, escapando de un peligro que en realidad se aloja en sus propias mentes y corazones, alimentando un necesario e inagotable egoísmo, que permanentemente es reforzado por compras compulsivas, diplomados inocuos y cafés vergonzosamente caros.

Al caminar por sus calles, he llegado a la conclusión de que la representación más auténtica de esta ciudad, no es la mujer refinada, no es el ejecutivo, no es el obrero, ni menos aún el profesional emprendedor. Los personajes más representativos, son aquellos seres lastimeros, patológicos, degenerados que se refugian en las esquinas y los callejones de Santiago. El borracho, el deficiente, el delincuente, el mutilado, el demente, son un producto auténtico y natural de un mundo desordenado, injustificadamente estresado, angustiado por la necesidad, intranquilo por la vaciedad. Lo ajeno, es todo el circulante ensimismado, que niega el real impacto de una ciudad que ahoga lentamente la razón, apostando por refugiarse en sus casas, mirando la televisión, contemplando la espalda sonriente de un vinculo disfuncional, de labores que no tienen horario de salida, de brebajes y sustancias que nublan los sentidos.

La mirada perdida y desorientada del pueblerino, es la postal más patente de una ciudad que vive de fragmentos, de aridez, de superficialidad vestida con estilo, de confusión. Santiago es eso, y mucho más. Santiago es materia inestable a punto de fisionar, cada espacio encierra un peligro, y a la vez una oportunidad pasajera. Hay mentira en cada rincón, ofertas que ofenden la conciencia y el pudor, promesas que son sólo anzuelos vacíos de verdad. Hay refugios para la locura, y para la locura de no vivenciarse loco.

Santiago Animal es un espacio de expresión del ser en Santiago, más allá de esta negativa introducción. No sólo está orientada a la crítica, sino que también a rescatar y proponer espacios, a veces con acidez, a veces con un ánimo lúdico… a veces simplemente por el acto de ironizar.

Bienvenidos a la Capital… Bienvenidos a Santiago Animal.